Y esta, mi segunda piel, que uso a veces, es buena, se lava a mano con agua tibia. Un día me la vi puesta y pensé que me hacía lucir bien.
Es que en días como estos, donde el azul del cielo se pega a mis ojos me alegro tanto que decido usarla, ayer me disfracé de algún demonio encabronado entre el tráfico, maldiciendo palabras de odio entre las sombras, maldiciendo ratos, fotografías, fantasmas.
A veces me disfrazo de mí y lo creo, hasta que intento arrancarme el disfraz y sólo brotan chorros rojos de felicidad, somnolencias y una brisa con un murmullo que me dice: “te lo dije”.
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