domingo, 12 de septiembre de 2010

El maestro y el libro

El maestro había permanecido meditando durante años, sin comer, sin dormir, sin hacer nada mas que un pequeño sonido que no había parado desde hace sesenta años cuando el maestro decidió sentarse y meditar.

Durante todo ese tiempo el maestro había aclarado todo, había pensado todo, se había despojado de todo pero no era feliz y sabía, porque ahora lo sabía todo, que la felicidad se le había ido, que meditar otros sesenta años lo empeoraría, aún así no podía dejar de hacer ese sonido.
Ninguno de los presentes sabía que es lo que podría decir, no había dicho nada hace mucho tiempo, incluso habían discipulos que no conocían la voz del maestro, solo escuchaban aquel sonido enigmático y pegajoso.

El maestro comprendió que había olvidado al hombre, había olvidado comer, dormir, tomar agua, amar, hablar.

Decir que lo olvidó todo sería una gran mentira, pues meditó tanto que todo aquello que no era el sonido que producía lo fue acuñando a una sola palabra, una palabra que no sabe de donde viene, pero es todo aquello que veía, sentía, amaba, comía, tomaba hace más de sesenta años, en su mente la comprendía como una palabra pero no encontraba la forma humana de  pronunciarla.

El maestro recordó cuando por primera vez abrió el gran libro, cuando lo leyó una y otra vez y no encontraba la manera de explicarlo a sus discípulos, así fue como se aventuró a meditar por sesenta años.

Había dejado su esposa y a sus hijos antes de aventurarse y recorrer las siete montañas, los tres desiertos, los nueve lagos. Ahora sus hijos tenían hijos y estos a su vez también. Todos estaban ahí, todos escuchando solo el sonido tenue e interminable.

El maestro supo que el propósito de su existencia y quizás la de todos los ahí presentes era esa palabra y también supo que cuando la pronunciara moriría, pues hasta la muerte misma esperaba escuchar esa palabra.

El sonido terminó y el maestro separó los labios y pronunció una palabra, la palabra fue escuchada por todos, clara y fuerte, entró suave en el timpano de cada ser viviente en la tierra.

A partir de ese punto la historia es incierta.

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